¿De dónde proviene esta imagen, arquetipo, estampa, bien
enraizada en el siglo XIX y la primera mitad del XX, que florece gracias al
espectáculo de la ópera? Con toda probabilidad histórica, literaria y hasta mitológica, de mucho antes. Mujeres inmorales, que se
redimen por amor, mediante una crucificción asentada en su feminidad. (Nótese que las protagonistas son ellas.)
Madama Butterfly:
una mujer de reputación dudosa (¿qué podían comprender de las geishas los
europeos que recién se deslumbraban con esta isla? …su superior civilización occidental
fue definida por Gandhi “Una idea interesante”), está dispuesta a sacrificar
hasta lo más sagrado para ella, su religión, para plegarse a la religión de su
esposo. Por amor. Lo entrega todo, y de todas maneras es rechazada. Y eso la
convierte en heroína.
La Dama de las Camelias/La Traviata:
una mujer de pésima reputación (en realidad, debe haber sido una mujer interesantísima; si
hubiese nacido hombre habría sido un prócer) renuncia a todo, incluso a su
amor, por amor. Para contribuir anónimamente al bienestar de su amado. Tanto altruismo
es insoportable. Está dispuesta a perder el respeto de su amado, cosa muchísimo
más importante que su propia dignidad, obviamente; es decir: a perderlo todo, y
encima se muere. Y eso la convierte en heroína.
¿No es un poco perverso, como patrón?
No menos perverso que el hecho de que incluso hoy día siga
latiendo subterráneamente; pero gracias a la diosa, están las “Slut-walks”.
Es el
viejo síndrome de la Sirenita. Ver: complejo de Ariel.
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