La Virgen Manca





En Venezuela han cortado las manos a la Virgen patrona. Poderosa imagen, que de inmediato evoca el cuento de la Doncella Manca.
En el cuento, la doncella, a quien su propio padre (parte masculina de la psique) ha cortado las manos, vaga por el bosque desgreñada, perdida, hambrienta. Entonces llega a un magnífico huerto de peras que la alimenta, donde encontrará ayuda milagrosa y un rey dispuesto a hacerle unas manos de plata, mientras le crecen las suyas propias.
Entonces pienso: la patrona está en camino por el bosque, ahora está desolada, pero pronto llegará a la pera milagrosa y saldrá con sus manos recuperadas. 



VIDA EN EL TRÓPICO. Parte I.


En realidad había que arreglar el techo, cuya impermeabilización ya se había gastado al sol de varios años Reveronianos. Pero estábamos en épocas de lluvias y no podía hacerse nada: empezaron a formarse rosetones de liquen que procedían concéntricos, musgosos, cabeza abajo sobre el friso, levantando la pintura en láminas retorcidas, cada vez más grandes. Por aquello del cambio climático (aunque hubo quien aventuró la hipótesis de que también eran responsables las macumbas que supuestamente se realizaban a puertas cerradas en los ministerios, con fragmentos de huesos de los próceres de la liberación), la época de lluvias se extendió hasta llegar a la próxima y se cumplió el año y el techo seguía absorbiendo agua y empezó a filtrar. Primero sacamos los baldes y las ollas, porque parecía lo más adecuado, lo clásico. El techo debía estar completamente embebido, saturado de agua, porque empezó a filtrar como un tinajero, grandes gotas que engordaban con lentitud y nos miraban con su humor acuoso y sus pupilas de pescados, hasta reunir el valor suficiente para dejarse caer. El chasquido imprevisto nos sorprendía cada vez, rotundo, admonitorio, el balde hacía de caja de resonancia. Luego tuvimos que cubrir los muebles coloniales y los libros con grandes plásticos, para protegerlos. Sobre la superficie plástica las gotas sonaban sordas, con un ritmo que al principio nos tomaba por completo desprevenidos, y que era tan diferente del chasquido dentro de los baldes y las ollas. Finalmente terminamos por llevar el tiempo del día, nos extrañábamos si faltaba un compás; entonces, sin decirnos nada, lo supimos.  



UN CUENTO, UNA PARÁBOLA



Tenía una cicatriz en el cuello. Instintivamente, el Lord Duncany en mí vio emboscadas por callejuelas sospechosas y nocturnas, asuntos turbios, poco de fiar. No terminaba de decidir si su sonrisa era taimada o sincera. Ah, pero hablaba de la ciudad ensoleillée como sólo saben hacerlo los poetas. O como un poeta, a secas. Se encaprichó con mi libro y me lo pidió. Me di cuenta inmediatamente que no le interesaban mis palabras, sólo le llamaba la atención o atraía su curiosidad de urraca la fineza del papel, la antigüedad de las imágenes; también supe con igual certeza que sumar un libro exótico a otro, como si se tratase de una colección de conchas marinas traídas de cada playa visitada. Incluso pensé en negarme, pero los excesos de los maestros de cortesía en los lejanos años de la infancia palaciega me impidieron esa salida honrosa. Por aquello de que la honra y la cortesía no necesariamente coinciden. Miré mi libro, hermoso, rico en imágenes y amor, bellamente construido con buen papel y reales experiencias poéticas, tan difíciles de traducir; tan lleno de candor al mismo tiempo, tan ingenuo, tan puro, tan infantil en su sabiduría. Y al mismo tiempo tan sólido en su consistencia.  Me resistí un instante: el momento preciso en que el pie en su calza, casi imperceptiblemente detiene el movimiento del avance y emprende el movimiento en sentido contrario, como en cámara revertida): el momento en que el miniaturista medieval, o tal vez también Giotto, detienen la escena. Me despegué de él con pena; entreví en la sonrisa el sol particular del triunfo.
Entonces vi en su morral su libro, y como las leyes de cortesía contemplan la justa retribución, se lo pedí. No podía negarse, estábamos en corte. Escogió cuidadosamente entre los varios que tenía, el que ya había usado, el que no estaba prístino, y ese me entregó, pretendiendo que la presencia de su huella le confería más valor. Acepté el libro y lo vi pobre y malquerido, esmirriado, de material común y dudoso contenido. Para dedicármelo primorosamente me pidió la pluma. Me inquietó su caligrafía, no entendí las letras, tuvo que leerme la frase oportuna, brillante. Acepté, graciosamente. Entonces me dijo, mirando con interés goloso la pluma que aún no me devolvía:
--Qué hermosura de pluma. ¿Por qué no me la dejas? Yo las pillo dondequiera las encuentre, tengo un museo en casa, montones y montones de plumas pilladas alrededor del mundo.

Más tarde, mi hermano, que había estado presente en la lectura antes de que yo llegara, me comentó que sus poemas le habían parecido muy faltos de vida.

ESPERANDO EL BESO PARA SALIR DEL COMA




Blancanieves muerde la manzana, y queda convertida en la Bella Durmiente. El pedazo de manzana se le ha quedado atascado, probablemente por una semilla, que empieza a germinar y produce todo un bosque alrededor de la durmiente y su castillo. El bosque que envuelve a la Bella proviene de su propio aliento, que se transforma en zarzas y rosas. Espinas y flores: es característico de la adolescente. Hace lo que puede por protegerla, pero al mismo tiempo la aísla. Tiene su peligro: algunas veces las mujeres creemos que si nos dormimos va a pasarnos algo bueno, y ahí es cuando dejamos que el huso nos pinche.
Según otras versiones, el que duerme es el bosque mismo, y la bella está atrapada, duerme porque no le queda otra. La manzana, no lo olvidemos, es de la familia de uno de los dos árboles mágicos originarios: el del conocimiento del bien y del mal, o el de la vida y la muerte, no lo sabemos con exactitud. 


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