HASTA LA HORMIGA: de lenguaje, cartografías y tiempo.


Un hombre conduce por una autopista interminable; el auto tiene una falla electrónica que lo detiene por completo: ni siquiera tiene señal en su celular. Camina en la oscuridad, llega a una casa en el bosque, un hombre le abre la puerta y le dice: le esperábamos. Saca una escopeta y lo amenaza, parece que ha venido las últimas dos noches, siempre pidiendo el teléfono y contando el cuento de que carro se ha estropeado. El hombre lo niega todo, se le ve confundido. Alguien menciona que “han sucedido cosas extrañas por aquí”.
En realidad, no sabe ni siquiera en dónde se encuentra. Cuando le señalan en el mapa donde se encuentra, no lo puede creer: está muy, muy alejado de su ruta, a 650 quilómetros. No se explica cómo llegó allí.
La película se detiene para comerciales, y no nos dicen de qué película se trata: estoy tan perdida como el hombre acerca de dónde nos encontramos.
El mapa no es el territorio: la única manera de hacer un mapa realmente fidedigno es hacerlo en escala 1:1, de manera que cada accidente quede registrado. Pero un mapa de esta naturaleza no sería útil, ya no sería un mapa. Borges lo sabía bien.
Todo lenguaje es una generalización, todas las cosas son agrupadas en categorías y subcategorías, pero nunca se nombra a la cosa particular (menos en el caso de los humanos, cuando se emplean nombre y apellido). Cuando se dice “árbol”, se señalan todos los árboles, incluso si digo “ceiba”, no estaré hablando de un individuo particular. También esto lo mencionó Borges, viejo zorro, que veía muy bien.
Con el tiempo realizamos la misma operación reductora: tomamos fotos para destacar momentos por encima de un flujo de vida considerado banal, tiempo gris que va de un momento destacado a otro. Una biografía entera se resume en pocos momentos. Se hace evidente ejemplarmente en las películas: se pasa por encima de la mayor parte del tiempo, se dejan ver a los espectadores sólo los momentos que aportan significado a la historia. Una película que registrara en tiempo real cada momento del día y de la noche, sería en su mayor parte sumamente aburrida y confusa. Sin embargo, hay quien ha hecho el experimento de tomar fotos a cada momento del día, sin ningún tipo de criterio o restricción, sin escoger el encuadre, como un registro objetivo. Con una conmovedora voluntad de destacar el carácter único, precioso, inigualable, de cada momento. Están colgadas en la red, ojalá pudiera recordar algún dato adicional para poder identificar la procedencia y dejarla aquí.

En los tres ámbitos –espacio, tiempo y lenguaje, que viene a ser un buen resumen de nuestra percepción e interpretación de la realidad–, se dice lo mismo: que cada detalle (que determina el carácter único e individual de una cosa, situación o experiencia con respecto a otra) es importante, aunque no pueda ser repetida en el registro. Todo cuenta, pero por motivos logísticos y para simplificarnos la vida, destacamos unos puntos que representan conjuntos de elementos que quedan enmascarados tras esos puntos destacados, pero de alguna manera están también representados allí. Esta conclusión es cercana a la noción redentora de que cada ser sobre la tierra tiene su sentido y su función, aunque nadie lo sepa, hasta la más ínfima hormiga.


II PARTE DEL TEMA DE SIEMPRE


No sé cómo es que se supone que los grandes poetas de amor son de raza masculina, cuando somos preferiblemente las mujeres quienes, dejadas macerando en nuestras fantasías amorosas –que desgranamos como el rosario y embellecemos con toda clase de adornos y unciones, pluricotidianamente–, estamos en un constante diálogo con el amado ausente, lanzando infinitas botellas al mar; mientras el que nos hace suspirar, sufrir, temblar y ultimadamente (en el mejor de los casos) evolucionar, está picafloreando en todos sus otros intereses y expandiéndose chapoteando en la infinita libertad de su vida independiente. El hombre, marcado por el destino del héroe, está hecho para las grandes hazañas, la conquista y el desprecio por lo débil. La mujer, que no necesita conquistar nada ni demostrar su florecimiento por ningún rito de paso simbólico, pues la naturaleza se encarga de no dejar dudas al respecto, está hecha para llevarle al encuentro con lo sagrado.

¡Hombres que sois amados! Abandonad el desprecio y la actitud de águilas planeadoras; pues toda entrega es sagrada, todo encuentro un milagro, e ignorarlo es Pecado Capital. La prueba última, la que demuestra al interior del corazón mismo, el último juez, el propio valor, es aprender a amar, ése es el reto.

¡Mujeres que os resistís a amar y ser amadas para evitar sufrir! No es necesario fingir altivez. El poder está en el centro justo del cuerpo, sólo hay que entregarlo a quien designen los dioses.

Y sobre todo no quiero escuchar quejas y reclamaciones indignadas sobre pretendidas igualdades: ya se quemaron los sostenes, lo que en su momento hizo falta, y ahora toca restablecer un orden en que cada bando reconozca su lugar (de diferencia), desde el respeto, para poder volverse a encontrar.

La alegría suprema no está en ejercer el dominio sobre el otro ni en tener la seguridad de saber que el compromiso durará para siempre (ilusión); sino en entregarse por completo y fundirse con el dios/la diosa que el camino nos ofrece, dejarse trabajar por las manos sabias del amor.

En un cuento (de ¿ciencia-ficción?) que leí recientemente, se llevaba a cabo un experimento de mejoramiento de la raza humana. Partiendo de la evidencia de que los niños criados por animales salvajes se convierten en parte de la manada y no en humanos, se concluye que el ambiente que rodea al niño durante su crecimiento es lo que determina la verdadera evolución del hombre, la posibilidad de desarrollar ese famoso 80% de la capacidad cerebral que siempre se queda intocado. Crean pues una pequeña comunidad aislada del mundo, un ambiente estrictamente controlado en que cierto número de niños recién nacidos son criados envueltos en amor y apoyo continuos, sin represiones ni castigos ni violencia de ningún tipo. El resultado es que se desarrollan hasta extremos insospechados sus habilidades y sobre todo que las relaciones que estableces con el resto de los seres vivos están marcadas por la comprensión empática y el amor desapegado (puesto que no hay nunca separación). El resultado en el mundo exterior evidentemente es que suscitan pánico. Pero lo que me interesa aquí es si hay la posibilidad de hacer reingeniería de nuestras convenciones, miedos y condicionamientos aprendidos, y repartir abundancia a todos, sin quitar a otros. Piso el terreno de la utopía, lo reconozco, y el peligro de las utopías es que cuando se ha creído ciegamente en ellas al punto de querer imponerlas por la fuerza, para el mejoramiento de los pueblos, se han establecido por el camino de la violencia, de la glorificación de la violencia incluso, y es la parte que a mi entender desvirtúa el ideal original.

Muchas veces me pregunté qué clase de relaciones humanas se establecerían, qué tipo de sociedad florecería, si todos pudiéramos saber lo que sucede en la cabeza de todos los otros, en profundidad, hasta reconocer que finalmente todos, lo que queremos es que nos quieran.

¿No haces circular los mantras del Dalai Lama y las maldiciones encubiertas en oraciones amenazantes? Pues que rueden estas reflexiones, no sea que aporten su granito de arena, y ni siquiera tendrás mala suerte si no lo envías en los próximos cinco minutos.

Además, tengo mucha curiosidad por saber qué puede volver a mi buzón, y en cuánto tiempo...


Y


No sé qué hago con mi tiempo. Vino un amigo de los tiempos de la infancia (cuando todo era tan luminoso y preciso, y el futuro tan hinchado y gordo como el presente) y me preguntó qué hacía, y no supe qué contestarle. Doy las clases, desde luego, y escribo algo. No es que avance mucho en la escritura. Leo también otro poco. Fragmentariamente y mal. Está la hora felina, en que miro los animales ser bestias felices y también humanizarse con la domesticidad, en lo peor: pagar sus frustraciones uno en otro, acobardarse, dejar el jugueteo impertinente de los cachorros por requerimientos individuales y mañas que los distinguen personalmente. Ando como en busca de algo, insistentemente, y me jurungo el ombligo una vez y otra, cesando sólo a ratos; y encima quiero traducirlo y voy y busco la manera de escribir y que sea bueno, sea lo que sea lo que eso signifique, y siempre creo que estoy a un paso de lograrlo y a un paso de la mediocridad más llana, a distancias iguales, terrible carrera de Aquiles y tortuga. Y leo y trato de seguir los caminos de la escritura y me admiro de la ingeniosidad y el tesón y el arte, y me siento desamparada y falta de instrumentos, y extensamente ignorante. Pienso mucho y para qué, o desvarío, y me revuelco en querer saber y conocer y entender, en ese orden o en otro, los desórdenes del corazón, del mío, y en medio de todo esto tratando de determinar a cuál mundo le debo raíces, si es que alguna tengo, y no teniéndolas, dónde he de abonar para que crezcan aéreas y epífitas, como las de esas plantas peludas que crecen en cualquier parte, pegadas de los cables de la luz, y uno se pregunta de qué comen y cómo lo hacen, un poco con envidia y otro poco con algo de asco porque no son como esas otras epífitas que se abren en flores nacionales en las repúblicas tropicales, y quizás aquí debería mencionar a Bolívar pero me asusta a estas alturas hacer una declaración de tanto peso.

Finalmente, cuando más feliz estoy es cuando no soy, disuelta entre las gentes, hermanados en lo anónimo: deslizándome sobre las aceras y atravesando calles desordenadas; por ejemplo, por esas curiosas cosas de la causa y el efecto, al comenzar por el mercado: atún fresco, mango a 4 quilos por 10, aguacate, yuca, apio, cuajada, queso telita, galletas italianas dos paquetes por 20. Y un paquete de flores de Galipán. Y un florero para ponerlas, con un ramo de eucalipto de ñapa. Hay días malos, pero de esos es mejor ni hablar, hacernos los locos y salir al mercado que viene. La otra gran manera es un libro, de ésos que chupan y te vas. O cuando me quieren y me acarician lento y rudo y yo soy felina bestia también y dejo de pensar por fin.

Y entonces quisiera comenzar todo de nuevo, y en efecto lo hago, pero es proceso largo y enrollado como el congorocho, y hay que volver a aprender a hablar y a mirar y descifrar el mundo, y con todo hay que acordarse de seguir pagando agua luz teléfono, y regar las matas, pobres, tan dependientes, y sacar las hojas secas y eliminar los piojos de alguna manera. Y también ir a los recitales de poesía para darse cuenta de que la poesía es asunto solitario, ni se diga si es erótica, pero de todas maneras cuánto no he leído: para darme cuenta de que no sé nada (tan poco de poesía como de béisbol), que mi ignorancia es del tamaño del mundo, cuando menos: ancho y ajeno. Y también sirven para dejar en claro que los poetas leen infinitamente mejor cuando leen las cosas de otros, pero luego antes de por fin leer tienen que explicarse y esponjarse para hacer reverencias a éste y el otro Maestro, con la mayúscula, por supuesto, y se conocen lo publicado y lo inédito y nos lo hacen saber y yo pienso que quisiera tener entre mis manos el poemario y leer sin tanta pompa, pompiers igual que los pintores, pero me hace bien esperar por el ritmo pausado del lector y descubrir las palabras una a una como caramelos gustosos, y me distraigo viendo los zapatos de la chica de al lado, una pelirroja rizada que escribe sobre papel pentagramado notas a su novio, al lado suyo e igual de tierno enamorado de la juventud que ignora poseer y de la poesía, y ambos siguen los poemas declamados en una antología ya imposible de encontrar, mil páginas marcadas con solapitas de tirro negro de electricista y subrayadas y anotadas por todas partes; y lo que más me gusta es que en el borde interno del zapato ella ha escrito con marcador negro: imagina los caminos.

Y no quisiera ser tan confesional pero habrá que tener paciencia porque esto es lo que hay, y finalmente acaso no es todo una confesión, si bien se mira. O quizás no.


LA GRAVEDAD Y EL TEMA DE SIEMPRE


Vi un trozo de película (para que vean que la televisión sirve para algo) en que un matrimonio muy convencional, de algún suburbio subinglés, había comprado un aparato de gravedad barato, con la consecuencia de que funcionaba defectuosamente (no sé cómo se las arreglaban antes de haber comprado el artefacto): de pronto ya no había gravedad y los invitados a cenar se elevaban de sus asientos y se despidieron apresuradamente, el hombre intentando arreglar el trasto le dio unos golpes y todo se pegó a una pared, unos golpes más y todo volvió a caer al suelo. Lo que me gustó fue la idea de que la fuerza de gravedad fuera una comodidad opcional, y de calidad variable. Cuántas cosas damos por sentadas, qué fecundo ejercicio el imaginar qué sucedería en nuestras vidas sin ellas.

1. El huevo ya no se cotiza (no escribí esto ya en otro sitio?) Antes, la mujer podía escoger entre los machos que la pretendían (véase el espectacular caso de las aves del paraíso, que a pesar de lo que pueda haberse dicho en los gabinetes de curiosidades, sí tenían, y las conservan, patas); esta prerrogativa provenía del hecho de poseer un tesoro único: el huevo. El macho posee por supuesto su complemento, pero en tan gran abundancia que tanto le vale ponerlo aquí o ponerlo allá, a quien se lo acepte. Por ello el macho ponía gran cuidado en acicalarse con plumas y los más ardorosos comportamientos que convencieran a la hembra de confiarle su huevo, o más bien a aceptar sus galanterías para dedicar su huevo a mezclarse con la memoria genética de aquél.

Sin embargo, las cosas han cambiado humanamente hablando: pues el huevo tiene muy poco atractivo, por lo contrario: la presencia evidente del huevo deseoso de ser fecundado se convierte en amenaza, algo que quiere evitarse a toda costa (quizás una explicación adicional al creciente atractivo de los femeninos vientres mientras más planos mejor, aunque por otra parte no explica los aumentos desorbitados de tetas, que deberían, al menos biológicamente, llamar al amamantamiento de la cría). Habiendo perdido la hembra tal ventaja, y con el agravante de la proporción demográfica según la cual a cada hombre le tocan ocho, leyendaurbanario o no, se ve relegada a la postura de suplicante. El macho ya no debe correr tras el ansiado huevo y convencer a la hembra de mirarlo, sino que se echa cómodamente a recibir propuestas cada vez más atrevidas por parte de las ansiosas féminas, las cuales no hallan ya en qué palo ahorcarse porque los hombres que valen la pena son gay, casados (carne bastante más apreciada y sin reparos comida que la del primo) o ya fueron novios y no están dispuestos a la reincidencia (escarmentados y no les faltarán razones, pero más las suyas propias que las que achacan a ellas). Los poquísimos machos disponibles están tan solicitados por hembras dispuestas a cualquier pleitesía, que pueden cómodamente decidir qué mensajes contestan y cuáles no, agobiados por tanta solicitud, y no están para nada dispuestos a perder su grandiosamente cacareada libertad por encerrarse con una sola, no señor. Mucho mejor que sean numerosas y variadas.

Todo esto plantea nuevas dinámicas en las relaciones de pareja. Los modelos habituales de matrimonios monógamos con esposas dedicadas, dispuestas a soportar que sus maridos echaran una canita al aire de vez en cuando, se verán fortificadas, blindándose contra la presión amenazante y mucho más voluminosa de los solteros-pachás rodeados de un harén flotante y en permanente renovación, de féminas anhelantes y pan-complacientes, de cada vez mayor peligrosidad. Los comportamientos de cuaima se multiplican (engaños, manipulaciones, triquiñuelas, deshonestidades) junto a la competencia entre ellas, con lo que llegarán a desarrollar, como antaño los machos desplegaron cornamentas y abanicos caudales de vistosas plumas, abiertas batallas, quizás precisamente a punta de globulares pechos. Vistas en conjunto, las transformaciones corporales a las que se someten las hembras presionadas por la necesidad de conseguir un macho: aplanamiento de pecho y caderas, abombamiento de labios, pechos y glúteos, depilación integral, cejas depiladas y tatuadas en arcos perfectos de asombro extático, inmovilidad cerebral o mímesis de ella, apuntan a unas apetecibles muñecas inflables, que harían las delicias y tormentos del buen Wilt. Vaya por dios, con la evolución.

2. Somos, sin embargo (al menos algunos, pues esta raza es rara) unos quijotes del amor: hemos leído (y visto en el cine) tantas historias de amor que el juicio se nos ha trastornado, y queremos ver el mundo a través de esos ojos delirantes, viendo señales del destino y encuentros predestinados por doquier, negando la triste realidad de molinos y mujeres harapientas, pues nuestras fantasías iluminan con ventaja la sordidez de las relaciones pasajeras, desangeladas, sin ningún tipo de compromiso o ganas de dejarse trabajar por el amor. El trabajo interior del Quijote, fruto del universo personalísimo que le han tallado las novelas de caballería, se proyecta con tal fuerza sobre el mundo real, que éste comienza a ofrecer una perfecta correspondencia con las ideas que el buen hidalgo se ha hecho de las cosas...

Queremos creer, oh, queremos tanto creer, porque el mundo de Sancho Panza se nos hace árido y vacío, por sensato que sea. Queremos creer que hay más que la comodidad del cuerpo y la satisfacción de los impulsos fisiológicos. Queremos creer en esa chispa inexplicable que hace tender el cuerpo todo y el alma hacia el objeto del deseo, musitar su nombre secreto en sueños, donde no nos alcance la realidad terrestre, y que estremece recuerdos y certezas herméticos.

Un ejemplo conmovedor de dedicación y constancia amorosa: la historia de Kentaro que sigue cuidando a su esposa sexagenaria Toshiko, víctima de una embolia cerebral hace más de diez años. La mejoría de ella se debe a los cuidados amorosos de su marido: estimulación constante, revisión de lugares y experiencias conocidas, volver a sitios visitados, por ejemplo ir de compras (en todo ello habría que estudiar el efecto de la noradrenalina). Él lleva un diario donde va registrando esta lenta mejoría a lo largo de diez años, y al cabo es capaz de decir que ya no sabe quién es el maestro y quién el alumno en este proceso de mutua recuperación… (EL CEREBRO: NUESTRO UNIVERSO INTERNO, narrado por Suzuki, visto en ValeTV un domingo en la mañana, Discovery Productions, NHK-NHK Creative, 1994.)

El amor no atiende a reglas. El amor nos trabaja según sus propias razones, y estar en sus manos es un privilegio. El tipo (objeto del amor), la tipa (verdugo, obsesa delirante, ay del que tenga más de una, mucho necesitaba amor para hacerle entender algo) son instrumentos, un pretexto. Pero qué raros son los afortunados que se entregan voluntariamente en sacrificio.


DE ESTRELLAS Y DEMONIOS


1. En estos días, una amiga a la que quiero mucho me comentó que, más allá de los habituales comentarios sarcásticos sobre su transformación física, sus extrañas relaciones eróticas y el enmascaramiento de sus hijos, Michael Jackson había encarnado las carencias y crisis de su generación: la soledad, los interrogantes sobre la identidad, las (im)posibles vías de intimidad y contacto, el manejo de la ineludible vulnerabilidad. Siendo una figura pública y masificada, su búsqueda no se hizo en el recogimiento privado, sino que se volvió abierta a cualquiera, permitiéndonos, como escandalizados voyeurs y dignos jueces, señalarlo con el dedo, criticarlo, idolatrarlo o convertirlo en fantoche.

http://www.corriere.it/spettacoli/09_luglio_05/Jackson_incontrai_bambina_triste_e6f51b94-6943-11de-b037-00144f02aabc.shtml

Un ídolo era una vez una persona, y luego se convierte para siempre y sin vuelta atrás en una imagen pública, en un símbolo al que las multitudes adoran o vituperan. Un ídolo finalmente hace precisamente eso: encarnar ideales, carencias de individuos genéricos que los usan como íconos, amuletos, promemoria, a veces sin tener plena conciencia de qué es lo que en ellos buscan, ni de cómo haría falta buscar en su propio interior en vez de afuera: ¿qué era lo que tenían e hizo especialmente atractivos, al punto del fanatismo, Michael Jackson, Madonna, los Beatles, Marilyn, Lady Di, Evita Perón, el Che Guevara, Gandhi, Mao Tse Tung…?

Me pregunto si en vez de ensañarnos con las búsquedas patéticas (en el sentido de contener pathos, sin lo cual me temo que una búsqueda verdadera tiene poco sentido: la sonrisa de placidez en las estatuas búdicas esconden años de absoluta renuncia) de unos y otros, no convendría girar el espejo hacia nuestro interior y preguntarnos cuál y qué tan apropiada pueda ser nuestra manera de lidiar con la soledad, la identidad, la sexualidad y el contacto con el mundo (o cualquier otro tema que nos parezca más cercano, probablemente peligroso).

2. En estos días, un amigo al que quiero mucho me dijo que habría que eliminar cualquier vestigio de Michael Jackson de la memoria del mundo y estuve meditando muchos días sobre ello. Entendí que el mundo probablemente sería otro muy distinto si en vez de comerse con patatas infomerciales y las historias sórdidas y truculentas de CSI Miami y 24, el público se dedicara a ver Tarkovsky, o mejor aún a leer. El ojo humano se acostumbra demasiado pronto sin hacer demasiadas distinciones críticas, y a fuerza de costumbre acrítica (desprovisto de examen y juicio) olvida sin darse cuenta siquiera, cuál era su naturaleza originaria (a menos que su naturaleza consistiera precisamente en explorar sin mayor criterio en todas partes, como un cachorro curioso que no tiene conciencia de la cercanía de la muerte).

Sin embargo, pretender cristalizar una supuesta pureza original nos lleva a la idea de por sí distorsionada y anacrónica (mas no por ello caída en desuso, curiosamente) del “buen salvaje”. El morrocoy desdeña la fruta fresca por comer perrarina, seguramente menos acorde a sus necesidades y valores naturales; por eso el amo sabio y preocupado por su bienestar lo tutela y le balancea la dieta, para darle, no lo que prefiere, sino lo que le conviene.

Pero no somos reptiles, ni marsupiales delirantes (como los canguros que entran a los campos de adormideras y se dan un hartazgo frenético que les hace dar vueltas en círculo como locos). Además, tengo dudas de que un exceso de pureza convenga a nadie, en cualquier caso disminuye notablemente la tolerancia y la compasión, los puros volviéndose intransigentes se alejan del género humano y eso no puede ser bueno.
 
Después de meditarlo largamente, creo que prefiero que haya Michael Jackson y CSI Miami, y que también haya Tarkovsky; y que idealmente, en vez de eliminar lo que a unos pueda parecer nocivo, o poco interesante, trabajaría por que hubiese más instrumentos para apreciar lo que alimenta al alma y eventualmente pueda ayudar en el dificultoso trabajo de volver a casa, una y otra vez, así como (de modo contradictorio, o no) la sagrada música de las olas del mar es apreciada con mayor intensidad y empatía por quien ha estado lejos y ha escuchado otras músicas, que por el niño pescador que no ha escuchado otra cosa.

Pues la historia de la humanidad es una historia de árboles, aprendizajes y caídas, y para volver a encontrar el Edén y entender lo que encierra, es necesario salir de él y errar largo tiempo por desiertos variados, a veces densamente poblados, y por ello mismo más duros de atravesar.

Los demonios no están por fuera, los demonios están adentro.


La mejor patria es un jardín

Cómo se abrazan fracaso y triunfo

Cada hormiga con nombre y apellido

buenas cosas que hacer con libros

Del ADN de cada casa

Migajitas

  • 3 (1)
  • 4 (1)
  • 9 (1)
  • 8 (1)
  • 7 (1)
  • 2 (2)
  • 1 (6)
  • 12 (4)
  • 11 (5)
  • 10 (7)
  • 9 (4)
  • 8 (1)
  • 7 (4)
  • 6 (4)
  • 5 (5)
  • 7 (4)
  • 5 (3)
  • 4 (7)
  • 3 (4)
  • 11 (2)
  • 10 (6)
  • 9 (4)
  • 7 (5)
  • 12 (2)
  • 11 (1)
  • 9 (1)
  • 7 (1)

Otras hormigas