De ciudad a patria


Entonces decidí que ya era hora de conocer esta ciudad que me alberga, que espero poder llamar mía, a pesar de mis múltiples ignorancias. En parte debidas a una costumbre humana, de circunscribirse a una zona, que finalmente uno no termina de descubrir jamás, porque de cualquier manera, como me dice la sabia Milla, uno no termina de conocerla que ya hay mil casas más, mil ranchos más…, así que siempre es nueva.

En parte, por una desagradable división interna, en esas fronteras extra-oficiales de las que nadie habla pero que todos reconocen desde la piel, y que últimamente se han agravado, con un terrible desprecio casi racista, desde ambos lados, por “el otro”, ese eterno desconocido del que se desconfía a ultranza, porque en cualquier caso “más vale malo conocido”…, para desmejora de todos. Desprecio y miedo por “el otro” y sus costumbres incomprensibles. Por “el otro” y sus territorios. Por el otro y lo que pueda pensar. Lo que me lleva a recordar a ese filántropo francés, pequeño y merecido inciso, que sostenía que para que reinara la paz en el mundo, era necesario que los pueblos se conocieran, ya que del conocimiento vendría la comprensión, la aceptación y eventualmente la hermandad; sostuvo su idea de forma concreta, pagando de su bolsillo a jóvenes estudiosos para que viajaran a los confines más alejados del planeta y volvieran con cintas, fotos y películas de las costumbres de esas remotas culturas; y como símbolo construyó un jardín que tiene selva negra, jardín japonés, rosaleda francesa conviviendo en una misma zona. (Me refiero a Albert Kahn, por supuesto: http://es.wikipedia.org/wiki/Museo_Departamental_Albert-Kahn

Y en última parte, por una gitanísima maldición con que me bautizó mi padre al mismo nacer, pronunciando que yo era “ciudadana del mundo” (aunque bien mirado, por una de esas contradicciones que distinguen casi todo, termino con ser muy venezolana, según el axioma de Aquiles Nazoa, que en su Autobiografía para una pestaña se queja de que los venezolanos se especializan en estar familiarizados con cualquier otro país, menos el suyo). Finalmente, y dado que me di cuenta de que sin duda conozco mejor Barcelona, donde viví algunos años, que Caracas, donde he vivido muchos más, y desde luego muchísimo mejor que lo que pueda conocer mi ciudad natal, donde viví mucho menos tiempo pero que además de ser mi ciudad natal, es una de las capitales del mundo a la que todos los caminos conducen, y merece un mayor conocimiento; dado pues todo ello, emprendí la justa tarea de enmendar tanto estropicio del conocimiento.

Así que, siguiendo mi (mala) costumbre, me fui de gira por librerías varias, de nuevo y de viejo, y regresé a casa con un botín de varios cientos de fuertes (adobado por otras necesidades de primer orden, que no estaban inicialmente contempladas), y aquí tengo para varias noches de insomnio, comenzando por anoche, que se convirtió en madrugada y seguirá por un rato más.
Con lo cual llego a la razón de esta larga introducción.

Y es que entonces, hamacándome contentísima en mi nuevo chinchorro de moriche, a la tin marín de dos piringüés, escojo el libro de una ilustrísima dama de las letras que en medio de las nostálgicas anécdotas no deja pasar ocasión de acusar al imperialismo yanqui por haber venido a imponer su chicle y su beisbol. Pero qué es lo que es local, ponte a ver. Ahora mismo sería difícil quitarle al más patriótico el beisbol, con el argumento de que se trata de una diversión foránea. Y es que un país no llega nunca a ser un proyecto acabado: continúa formándose y evolucionando, incorporando lo que sus nuevos habitantes, a veces viniendo de otras tierras, traen. Habría que aplicar esta idea al individuo y reflexionar sobre las fronteras, las visas y las inmigraciones ilegales.

Y finalmente qué es patria… Como decía Jules Renard, que si no alcanzó la fama de los novelistas de su tiempo, en cambio destacó por su diario lleno de preciosos aforismos (cuando encuentre el día exacto, anotaré la cita exacta): al final de la patria está la guerra, por eso no soy patriota.



ESCARLATA

Mi sangre luego del beso coge vuelo
en ligerísimas fragatas por el aire
zumban arriba el color de mis ojos
una tendencia dada en media gota
la habilidad para encontrar
donde no hay

Se acoplan en el aire algunos mueren
entre mis manos exactamente siempre hay
el mismo número cargado
mi sangre por el mundo queda
inoculada en cualquier vecino
somos una gran familia
después de todo


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