Viene el día de los muertos y pienso, no sabemos nada sobre el tema. Nunca
nos enseñan nada acerca de cómo relacionarnos con nuestra muerte, ni con la
ajena. Todo lo que tenga que ver con muerte lo rechazamos, nos parece violento,
nos asusta, guillo, bien lejos. Pero este tránsito inevitable, y sobre todo nuestra
relación con este tránsito inevitable, están lleno de información valiosa
acerca de cómo vivimos.
Los caballeros medievales que estaban en continuo proceso de
mejoramiento interior, usaban el ejercicio de pensar en la muerte como una
compañera constante. Siddharta tuvo que encararse a la mortalidad del cuerpo
humano para empezar su camino hacia la iluminación y trascender el velo de la
ilusión. En la tradición mexicana se veneran los muertos, y la muerte se
celebra en forma de calaveras de azúcar y papel maché; ese día comen con ellos,
sobre sus tumbas. Los muertos tienen información valiosa para nosotros,
especialmente nuestros muertos más queridos, que siguen viviendo dentro de
nuestra memoria celular y nos hablan con su voz mineral, atómica. Buen momento
(tanto como cualquier otro día del año) para reverenciarlos, agradecerles lo
que nos han dado y nos siguen dando, para reconocer su huella en nuestros
corazones. Los huesos hablan.
Con su salvaje baile sobre cadáveres y su collar de calaveras, la dakini del budismo tántrico tibetano nos lleva a considerar la muerte (así como
los acontecimientos dolorosos) como un camino para nuestra evolución
espiritual. No hay que olvidar la muerte interior, la que nos come y regurgita
una y más veces, hasta tragarnos completamente para hacernos renacer en otro
cielo. Como la luna.
¿De qué te disfrazarías para la ocasión?
Entonces, sea propicia la ocasión para jugar a los disfraces, (un
ejercicio íntimo, que puede traer interesantes revelaciones acerca de quiénes
somos, quiénes estamos siendo, hacia quiénes queremos andar, y cómo ser lo
mejor que podemos ser, expandir al máximo esos potenciales que duermen latentes*). No
como en Carnaval, cuando el disfraz es desvergonzado, como preparación al arrebato
de la primavera, un himno salvaje a la vida; disfrazarse para los muertos es
más bien un réquiem para la cápsula que protegió a la oruga, y que la mariposa
abandona tras sí. Eros y Tánatos…
* (como la semilla, como la bella durmiente, como nuestros amados muertos)
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