La Historia Inmortal de O


o: sabiduría del erotismo literario 
 
Las últimas frases, el colofón de l’Histoire d’O implican que para Ella (que aquí no sólo representa a la mujer como género, sino también a la parte sumisa, la que consiente, la que se anula), vivir no tiene sentido si él pierde interés por ella. No sólo: ella decide morir, y él lo consiente. Con estas tres últimas palabras y su posible doble interpretación se subraya la perversión: él la deja morir porque no le interesa, o porque con ello complace el deseo de ella, es decir, se trata de un gesto de generosidad. 

El caso de Histoire d’O es transparente: la protagonista se la ha emasculado hasta de identidad, no tiene nombre y su inicial equivale a cero. (También se parece al dibujo de la boca de esas muñecas siempre prestas a satisfacer a su dueño). Ella es marcada con la marca de él, con sus iniciales, con la prueba de su posesión absoluta. La mayor perversión, sin embargo, no sucede a nivel corporal, sino en la portada, pues firma una mujer aunque escriba un hombre: el hombre pone en boca de mujer su deseo de ser dominada y anulada: él la maltrata porque eso es lo que Ella realmente desea, por lo que pierde el derecho a la queja. Al maltratarla, él la está complaciendo, lo que le libera de toda culpa. El deseo femenino pasa por la sumisión, es su vocación y la moraleja de esta historia. No sólo leer es peligroso, escribir también lo es, pues cada palabra impresa (con el potencial de ser leída y difundida) es semilla que se propaga en el viento y puede echar raíces de largo alcance. 

En Nueve semanas y media, que sí fue escrita por una mujer, por lo menos hay una redención in extremis: la Ella que habla en primera persona entra en conciencia de su propio abandono, empuja aun un poco más allá los límites para hastiar totalmente cualquier resquicio que pudiese quedar, y finalmente se salva. Toda la experiencia es un viaje, una ordalía. El primer atisbo de recuperación de la conciencia llega con un pescado muerto y el contacto con el artista viejo que vive en extrema sencillez en medio de la natura y el silencio, suerte de rey pescador que sirve para señalar el camino, aunque él mismo no pueda andar. El desenfreno se plasma gráficamente en el vernissage, donde el público gesticula grotescamente, se ceba en la inocencia del artista-pescador, como un cordero ofrecido en sacrificio, y desguaza el salmón (otro pez, evidentemente) con más tedio y saña que apetito. El abandono de sí misma se revela simbólicamente en el mundo vegetal, la resequedad y muerte de su jardín interior, y es por ahí, regando las plantas abandonadas, que comienza su recuperación. Ella ha logrado sobrevivir, a costa de la pérdida de su inocencia. Se ha librado con poco. 

Leo en Emanuelle: el deseo de entrega de Ella iguala el deseo de él de poseerla. a) Entrega: cesión, renuncia, sumisión, en último término, anulación. b) Posesión: captura, conquista, dominación, pertenencia, ganancia. ¿Son equiparables y complementarios? Complacer los deseos de él implica satisfacerlo en todo, actuar según sus deseos antes que los propios, implica permisividad, aquiescencia, es decir consentimiento, y al mismo tiempo estar dispuesta a consentirlo en todo (doble significado muy pertinente); también renuncia (de sí misma, y por tanto negación, anulación). Humillarse para complacerlo se considera parte de la demostración de entrega. Implica que Ella no tiene ningún rasgo que la salve de su desvarío, nada que obstaculice la entrega, ninguna partícula de apoyo y referencia dentro de su propia unidad regidora. La existencia de Ella estriba y se cifra en conseguir la fórmula de la entrega más absoluta, de volverse más objeto en manos de él (o menos), ni individuo ya, ni sujeto. El deseo de entrega deriva de su amor: es la demostración última de su dedicación apasionada y desinteresada, y su característica destacada es que ocurre voluntariamente. Este es un punto que interesa (a los hombres, al dominante) destacar, de modo que se libran de toda responsabilidad, pues es deseo de Ella entregarse, anularse, diluirse entre las posesiones de él. 

Sobre todo, no pide nada a cambio: su última voluntad es la entrega sin retribución. Cuál es el deseo último de la naturaleza masculina? Conquistar, poseer, con más ganancia cuanto más le cueste, cuanta más violencia exija. El esfuerzo para conseguir su trofeo le agrega puntos a su triunfo. Así conquista tierras, vetas, espacios submarinos y siderales, con una necesidad imperiosa de penetrar a fondo, desgarrar para imponer su huella, plantar bandera y al fin suspirar satisfecho por su hazaña. Parece que estuviera inscrito en la testosterona. Así se deleita en la ebriedad de la caza al tigre, al león, al elefante, al rinoceronte. Con esa otra especie, la mujer, es fácil (y deleitoso, se estima) aplicar el mismo tratamiento. 

Cuál es, pues, el deseo último de la naturaleza femenina? La entrega, dicen los hombres. Pero no me convencen. Es un argumento que conviene demasiado a sus propios deseos. Hay quien dice que Ella lo que quiere es ser la elegida, lo que me lleva poéticamente al cantar de los cantares. Quiere destacarse entre la masa, ser importante para él, la más importante, su Sulamita; quiere que la distinga con su interés entre todas las demás, y por eso está dispuesta a hacer cualquier cosa que le permita mantenerse en esa posición ventajosa, incluso entregarse (último galardón en el amor cortés), incluso complacerlo de cualquier manera, incluso humillarse, incluso aceptar que haya concubinas, mientras mantenga su estatus de primera esposa o de elegida de su corazón. Esta hipótesis indicaría al mismo tiempo, la necesidad de una validación externa: Ella existe, en tanto él la señale. 

Definitivamente me gustaría más poder irme por un tercer camino, y decir que Ella lo que desea es complacer: otorgar placer. Se deleita en el placer que ofrece al otro. Así hornea galletas sin aspirar a ser llamada chef, tiende la cama, se dedica a profesiones de artes amatorias y a la maternidad (discutible en este caso la ofrenda de placer, pasada la etapa de la lactancia). Ansía ser vulnerada, si eso es lo que complacerá a su amante, pobre cazador. Está dispuesta a sacrificios de amor, no sólo para su hombre y sus vástagos, sino para la humanidad en concreto y en abstracto. El placer del otro la justifica y la valida, nuevamente se aplica la validación externa. Pero tengo dudas, me temo que haya que asumir que ella se conforma con ser una elegida, asumir con ello su necesidad de validación externa, asumir ese barranco y ver qué hacer con ello. 

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