A veces tiene mucho sentido ver una película en la tele y dejar que el azar nos lleve a comenzar a verla en cualquier punto. Entonces nos toca descubrir eventos y elementos que de seguro fueron explicados previamente, pero en el descubrimiento tortuoso y casi fortuito de las razones y motivos, hay un placer adicional. Anoche vi A MAP OF THE WORLD (1999), con Sigourney Weaver.
Cuando llegué allí, se la estaban llevando presa, por maltrato a niños. Llegué en pleno conflicto. Luego descubrí que era una mujer de mucho carácter, una outcast en un pueblo de pusilánimes mojigatos y chismosos. Luego descubrí que su gran amiga, que tanto la extrañaba, era la madre de una niña que se había ahogado en su propiedad. Luego descubrí que su vida en el campo era un experimento de citadinos.
Todo iba cobrando sentido, jalonado por los acontecimientos. Igual que sucede con la vida, que, como buen thriller (y qué bueno que gracias a la cultura cinematográfica, apreciamos y reconocemos los códigos, nos convertimos en detectives tras las pistas de elementos significativos, repeticiones sospechosas… al igual que la vida nos presenta situaciones que vamos desentrañando dificultosamente).
Personajes interesantísimos, caracteres complejos y de múltiples texturas, lástima del guión chato y sin fantasía, mejorado por el azar de mi llegada a mitad de película. Ella, Alice Goodwin, fuerte hasta ser desagradable; sin pelos en la lengua, hasta ser incómoda (pero su amiga decía que era “refrescante”, esa manera suya despiadada de decir exactamente lo que sentía). Y el episodio en la cárcel, en que se golpea la cabeza de forma salvaje. Y ese misterio de su propia madre desaparecida, no sabemos cómo. Y la referencia metafórica del mapa guardado en un cajón, herencia de la madre desaparecida (que ahora es ella), un mundo imaginario en el cual refugiarse, supongo. Sería interesante leer el libro (novela de Jane Hamilton). Su marido Howard (David Strathairn), un blando lanzado a las revueltas aguas de una situación turbulenta con la que le cuesta un huevo lidiar; él mismo presa de una madre dominante. Me pregunto cómo decidieron esa aventura de ir a jugar a los campesinos. Me pregunto cómo se habrá formado esa pareja dispareja, y cómo dentro de esa unión y con la experiencia de ese terrible año revuelto, se consolidó el amor. Y la amiga Theresa (Julianne Moore), con esa amistad feroz, de fuerte carga erótica, por Alice: sosteniendo a Howard en medio del huracán, confundiéndose, extrañando a su amiga hasta la desesperación, hundida en un matrimonio áspero y poco imaginativo; todo esto, según descubro luego, con el elemento perturbador de que la muerte de su hija, probablemente por una circunstancia banal —si es que puede ser banal la muerte accidental de un niño—, está ligada precisamente a esa amiga.
Cómo el vendaval que levanta la maledicencia y sus infinitas e imprevisibles consecuencias tentaculares, transforma sus vidas y sus caracteres y sus relaciones entre ellos. Se trata de un ejemplo extremo, desde luego, pero revelador.
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