Desde la República de Arcadia, segunda parte.


Quizás eso, justamente: el ensayo de estar cerca, sin la urgencia de la cercanía, sin ninguna urgencia. (Y entonces, pregunta la vocecita rubia que me vive en la vecindad interior: ¿qué pasa con la pasión? ¿Tendría que olvidar la emoción que desarregla la fisiología, de puro placer de verte, e incluso de pensarte? ¿Tendría que renunciar al deseo potente, violento, fiera desatada, que gruñe y se revuelca sobre hierba y polvo para alegrarse mutuamente? ¿Y las dulcísimas e inofensivas locuras, qué digo, esas deliciosas y peligrosísimas locuras, especialmente peligrosas para los rígidos, los que no saben ni quieren jugar. È una festa, la vita. Definitivamente. La fiesta inolvidable.

Más, como siempre, entrenamiento al amar (páginas para la diferencia entre sustantivo y verbo): llevar la justa rienda, sostener en el aire al papagayo por las buenas artes del cordel: ni muy apretado, ni demasiado suelto. Apego, sí, inevitable; deseo, que no falte, como entre Atalanta e Hipómenes; gozo del cuerpo y espirales de soma para impregnar el mundo de dulzura y flores. Y sin que falte: saberse hablar, la honestidad por delante, que sea serena, respetuosa y certera en la elección de la forma, como siempre: cortesía. Amar: hacerse crecer. Mejorarse mutuamente. Hacer cantar el corazón, crear, generar descendencia por puro gozo.

También es esto otro: la atención continua. El cuidado en que el detalle refleje, como un fractal, lo que quiero, mi intención: que ambos nos encontremos bien y a gusto, cuando estamos tú y yo; que yo me encuentre bien y a gusto, cuando estoy sola. Buscar la palabra más acertada: asertividad. La búsqueda de la palabra correcta, la palabra justa. El peso de cada detalle, ejercicio zen en el cual se (¿infinitivo del verbo derivado de “excelencia”?) cuando todo está en su preciso lugar, y como un mecanismo de relojería todo sucede exactamente: es como una máquina sincrónica natural (situación que ya había entendido el autor de las bolas de drac), una semilla de perfección, la parábola marca Victor, del estudiante zen que alcanza la iluminación satori al beber el té perfecto de una taza perfecta, servido con los movimientos justos desde la tetera perfecta, etc. Poder de los detalles. Y también, por otra parte o juntos, sentido común. Ética y estética. 




Atalanta era una chica muy desenvuelta, tanto que fue la única mujer en la nave Argos, capitaneada por Jasón que iba en busca del vellocino de oro y lo que hizo fue encontrarse con Medea. Había prometido no casarse, y para hacer desistir a los pretendientes, los retaba a una carrera, en la que siempre vencía. Quien la rindió finalmente fue Hipómenes, gracias a la treta de dejar caer tres manzanas de oro durante la carrera, una a la vez (demostrando que lo que ella necesitaba aprender era a doblegar su propia prisa). Fueron muy felices juntos, y tanto se amaron que los dioses, celosos, los convirtieron en leones. (ídem como arriba: http://es.wikipedia.org/wiki/Atalanta)

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