Dicen que hay que indignarse. Quizás eso es lo que
nos hace falta: algunos aguantamos cualquier vaina, todas las colas, la
suciedad en las calles, la grosería, la corrupción, la burocracia, la burla, el
maltrato: tenemos vocación de malqueridas. Lo aguantamos todo, podemos con
todo, nuestra paciencia es inquebrantable, no tiene límite.
Nos acostumbramos y resignamos a la falta de agua, luz, trabajo,
facilidades, aceite, azúcar, pollo, carne, huevos, arroz o harina, según el
día: lo que sí tenemos es paciencia. No sabemos indignarnos. Si aparece una
pata de cucaracha debajo del apio del sancocho, la quitamos con asco pero
preferimos no armar un escándalo. Y precisamente porque tenemos una paciencia
infinita, es que después con toda facilidad sacamos un revólver y matamos al
que se nos atraviese en el tráfico.
Pobre bravo pueblo.
En España los ciudadanos se indignan, inflamados por un viejecillo
francés de 93 años, y protestan contra políticas improcedentes.
A otros la indignación nos inflama como cabezas de fósforo cada tres
cuartos de hora; en dos minutos se nos pasó y con ventilar nuestra frustración
con el vecino circunstancial, se nos refresca la indignación y podemos
sobrevivir mal que bien hasta la próxima. Y así vamos.
No sé si se nos pueda contagiar la inspiración con propósitos
productivos. Hay países con síndrome de Bella Durmiente, que esperan
pacientemente al salvador, por los años que sean; y pasan del coma al beso en
secuencia hipnótica.
PREMUNICIONES
Se avecinan tiempos duros
(oigo sonrisas hace años
estamos instalados en los tiempos duros)
no dejes que la mansedumbre anide
Saca los mejores manteles
la vajilla de la boda
la cristalería que suena
esmérate cuando la cosa empeore
porque la mesa nos recuerde
que tanto pedimos pertenecer
a la raza humana
Para leer el texto del filósofo Stéphane Hessel: http://www.attacmadrid.org/wp/wp-content/uploads/Indignaos.pdf
Para leer otra reflexión sobre el asunto: http://america.infobae.com/notas/25877-La-indignacion-puede-ser-una-politica
Indignarsi sempre, rassegnarsi mai. Evitare però che l'indignazione si trasformi in rabbia, quella rabbia cattiva e fine a sè stessa che si vomita addosso al malcapitato di turno (magari quello che in macchina non ti tà la precedenza). L'indignazione è uno strumento costruttivo, sonoro, efficace e non violento, un'arma potente per contrastare il sonno menefreghista che ci anestetizza. Paola
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