Veo un programa de la BBC sobre los pacientes que están esperando un órgano para salvarse la vida. Historias terribles, llenas de pathos, varias películas conmovedoras.
Desarrollas compasión y empatía, pero luego te tienes que encontrar con su esperanza de que alguien muera para poder obtener el órgano anhelado. Una terrible contradicción entre esperanza, desesperanza y culpa. Podría ser una película estupenda (aunque cuidado con 9 ounces); pero este documental ya es toda una pieza de narrativa cinematográfica.
Asistimos a una degradación progresiva, acompañamos a estas personas que reconocemos por nombre propio y por su patología; todos están esperando un corazón y es inevitable establecer jerarquías de prioridad: ¿quién se merece más obtener ese órgano preciado, ese verdadero tesoro? ¿Quién nos gusta más y por qué? ¿Qué criterios usamos inconscientemente para eligir quién tiene más derecho de existir?
Es una decisión que debe tomar el médico cuando lleva a sus manos un corazón adecuado y asumir esa responsabilidad extrema: cuál de los pacientes que están en la lista, merece más vivir, sabiendo que alguno de los otros puede morir muy pronto por no haber recibido ese corazón.
Es bastante cruel y revelador, el puñado de dilemas éticos que se nos presentan (¡muchos! el donante, el médico, el receptor, el órgano y su obtención), asociados tanto con la donación y recepción de órganos en sí, como con la posición en que coloca al espectador.
Y hay una metáfora de vida asociada con estas ideas, pero voy a dejar que cada uno extraiga la suya.
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