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La gente
hace las cosas más bizarras, y más en los momentos de grandes pérdidas. El domingo
supe de un hombre que estaba velando a su madre por la mañana, y en la tarde estaba
muy ebrio, intentando pasar el mal trago en el bingo.
El sufrimiento
es una bestia que resiste a la domesticación. Muerde, encuentra nuevas formas
más sutiles de morder, se aleja un poco para apreciar el alcance de su obra,
regresa en emboscada, lanza sus zarpazos a traición; se instala y marca
territorio, y si ve que sus asaltos han perdido eficacia, se aleja en silencio,
sin hacerse notar, a rumiar renovadas triquiñuelas pero dejando intacto su
territorio, dejándonos marcados.
Sin embargo,
la bestia amarga es también una gran maestra. Nos lo dice Giorgio Bassani en su
monumento a la nostalgia, Il giardino dei
Finzi-Contini: «En la vida, para comprender, comprender de verdad, cómo son
las cosas de este mundo, debes morir, por lo menos una vez. Con que, siendo
esta la ley, mejor morir joven, cuando aún tienes tiempo por delante para
levantarte y resucitar.»
En la vida
de los hombres, la muerte es indispensable. Joseph Campbell la señala como el
punto de quiebre, en que el niño abandona la infancia, una vez superada la
prueba, para hacerse hombre. Se sabe que por su naturaleza, el niño debe
conquistar su entrada en el mundo adulto; la niña, por el contrario, se hace
mujer de forma natural y no tiene nada que demostrar: lo que debe hacer es
reconocer este hecho y asumir –abrazar—sus implicaciones.
Las grandes
pérdidas también dejan marcada el alma femenina, por supuesto, pero de manera
diferente. Si el hombre adquiere una especie de desencantamiento, una dureza
que lo proteja –el escudo es ilusorio—de nuevas emboscadas por medio de un
engañoso programa de desconfianza sistemática (la “diffidenza” italiana), la
mujer se reconcentra, indaga sentada en su dolor y si no logra domesticarlo,
pues es por definición una bestia salvaje, logra llegar a términos consigo
misma, adquiere, en el mejor de los casos, una renovada compasión, se ablanda en
preparación a lo inevitable.
De cualquier
manera, los grandes dolores, a veces causados por la muerte (sin desdeñar la
muerte metafórica) de quien se ama, producen la pequeña muerte, un
entrenamiento para la otra, la definitiva. Pues sólo muriendo la conciencia
puede comprender.
primero perdí la luz de la infancia
y sus poderes
(con cinco casas en fila, una tras otra)
más tarde perdí a mi madre
el trabajo que tenía se fue al carajo
igual que el proyecto de casamiento
que me dejó con un cachito de carbón glorificado
luego perdí a mi padre
tuve que ceder mi palacio amarillo
y abandonar un comienzo de vida propia
perdí mi gato preferido y la negra
mi mejor amiga se desvaneció
entonces, para no perder la costumbre
te conocí a ti
y la pérdida fue cotidiana
y completa
y sus poderes
(con cinco casas en fila, una tras otra)
más tarde perdí a mi madre
el trabajo que tenía se fue al carajo
igual que el proyecto de casamiento
que me dejó con un cachito de carbón glorificado
luego perdí a mi padre
tuve que ceder mi palacio amarillo
y abandonar un comienzo de vida propia
perdí mi gato preferido y la negra
mi mejor amiga se desvaneció
entonces, para no perder la costumbre
te conocí a ti
y la pérdida fue cotidiana
y completa
Luego encontré
este magnífico poema de Elizabeth Bishop, y me sorprendieron las semejanzas (destaca
la pérdida de la casa: domus y sus
pequeños vástagos domésticos son anclas en el sistema de raíces femeninas). Puesto
que es mucho más provechoso encontrar semejanzas entre dos cosas aparentemente
disímiles (prueba con el clásico par: gato-nevera), que diferencias entre dos
cosas aparentemente iguales, encuentra (versión de los juegos de la mítica Settimana Enigmistica) las siete
semejanzas.
ONE ART
The art
of losing isn't hard to master;
so many
things seem filled with the intent
to be
lost that their loss is no disaster.
Lose
something every day. Accept the fluster
of lost
door keys, the hour badly spent.
The art
of losing isn't hard to master.
Then
practice losing farther, losing faster:
places,
and names, and where it was you meant
to
travel. None of these will bring disaster.
I lost my
mother's watch. And look! my last, or
next-to-last,
of three loved houses went.
The art
of losing isn't hard to master.
I lost
two cities, lovely ones. And, vaster,
some
realms I owned, two rivers, a continent.
I miss
them, but it wasn't a disaster.
--Even
losing you (the joking voice, a gesture
I love) I
shan't have lied. It's evident
the art
of losing's not too hard to master
though it
may look like (Write it!) like disaster.
Elizabeth Bishop
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