Y


No sé qué hago con mi tiempo. Vino un amigo de los tiempos de la infancia (cuando todo era tan luminoso y preciso, y el futuro tan hinchado y gordo como el presente) y me preguntó qué hacía, y no supe qué contestarle. Doy las clases, desde luego, y escribo algo. No es que avance mucho en la escritura. Leo también otro poco. Fragmentariamente y mal. Está la hora felina, en que miro los animales ser bestias felices y también humanizarse con la domesticidad, en lo peor: pagar sus frustraciones uno en otro, acobardarse, dejar el jugueteo impertinente de los cachorros por requerimientos individuales y mañas que los distinguen personalmente. Ando como en busca de algo, insistentemente, y me jurungo el ombligo una vez y otra, cesando sólo a ratos; y encima quiero traducirlo y voy y busco la manera de escribir y que sea bueno, sea lo que sea lo que eso signifique, y siempre creo que estoy a un paso de lograrlo y a un paso de la mediocridad más llana, a distancias iguales, terrible carrera de Aquiles y tortuga. Y leo y trato de seguir los caminos de la escritura y me admiro de la ingeniosidad y el tesón y el arte, y me siento desamparada y falta de instrumentos, y extensamente ignorante. Pienso mucho y para qué, o desvarío, y me revuelco en querer saber y conocer y entender, en ese orden o en otro, los desórdenes del corazón, del mío, y en medio de todo esto tratando de determinar a cuál mundo le debo raíces, si es que alguna tengo, y no teniéndolas, dónde he de abonar para que crezcan aéreas y epífitas, como las de esas plantas peludas que crecen en cualquier parte, pegadas de los cables de la luz, y uno se pregunta de qué comen y cómo lo hacen, un poco con envidia y otro poco con algo de asco porque no son como esas otras epífitas que se abren en flores nacionales en las repúblicas tropicales, y quizás aquí debería mencionar a Bolívar pero me asusta a estas alturas hacer una declaración de tanto peso.

Finalmente, cuando más feliz estoy es cuando no soy, disuelta entre las gentes, hermanados en lo anónimo: deslizándome sobre las aceras y atravesando calles desordenadas; por ejemplo, por esas curiosas cosas de la causa y el efecto, al comenzar por el mercado: atún fresco, mango a 4 quilos por 10, aguacate, yuca, apio, cuajada, queso telita, galletas italianas dos paquetes por 20. Y un paquete de flores de Galipán. Y un florero para ponerlas, con un ramo de eucalipto de ñapa. Hay días malos, pero de esos es mejor ni hablar, hacernos los locos y salir al mercado que viene. La otra gran manera es un libro, de ésos que chupan y te vas. O cuando me quieren y me acarician lento y rudo y yo soy felina bestia también y dejo de pensar por fin.

Y entonces quisiera comenzar todo de nuevo, y en efecto lo hago, pero es proceso largo y enrollado como el congorocho, y hay que volver a aprender a hablar y a mirar y descifrar el mundo, y con todo hay que acordarse de seguir pagando agua luz teléfono, y regar las matas, pobres, tan dependientes, y sacar las hojas secas y eliminar los piojos de alguna manera. Y también ir a los recitales de poesía para darse cuenta de que la poesía es asunto solitario, ni se diga si es erótica, pero de todas maneras cuánto no he leído: para darme cuenta de que no sé nada (tan poco de poesía como de béisbol), que mi ignorancia es del tamaño del mundo, cuando menos: ancho y ajeno. Y también sirven para dejar en claro que los poetas leen infinitamente mejor cuando leen las cosas de otros, pero luego antes de por fin leer tienen que explicarse y esponjarse para hacer reverencias a éste y el otro Maestro, con la mayúscula, por supuesto, y se conocen lo publicado y lo inédito y nos lo hacen saber y yo pienso que quisiera tener entre mis manos el poemario y leer sin tanta pompa, pompiers igual que los pintores, pero me hace bien esperar por el ritmo pausado del lector y descubrir las palabras una a una como caramelos gustosos, y me distraigo viendo los zapatos de la chica de al lado, una pelirroja rizada que escribe sobre papel pentagramado notas a su novio, al lado suyo e igual de tierno enamorado de la juventud que ignora poseer y de la poesía, y ambos siguen los poemas declamados en una antología ya imposible de encontrar, mil páginas marcadas con solapitas de tirro negro de electricista y subrayadas y anotadas por todas partes; y lo que más me gusta es que en el borde interno del zapato ella ha escrito con marcador negro: imagina los caminos.

Y no quisiera ser tan confesional pero habrá que tener paciencia porque esto es lo que hay, y finalmente acaso no es todo una confesión, si bien se mira. O quizás no.


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