II PARTE DEL TEMA DE SIEMPRE


No sé cómo es que se supone que los grandes poetas de amor son de raza masculina, cuando somos preferiblemente las mujeres quienes, dejadas macerando en nuestras fantasías amorosas –que desgranamos como el rosario y embellecemos con toda clase de adornos y unciones, pluricotidianamente–, estamos en un constante diálogo con el amado ausente, lanzando infinitas botellas al mar; mientras el que nos hace suspirar, sufrir, temblar y ultimadamente (en el mejor de los casos) evolucionar, está picafloreando en todos sus otros intereses y expandiéndose chapoteando en la infinita libertad de su vida independiente. El hombre, marcado por el destino del héroe, está hecho para las grandes hazañas, la conquista y el desprecio por lo débil. La mujer, que no necesita conquistar nada ni demostrar su florecimiento por ningún rito de paso simbólico, pues la naturaleza se encarga de no dejar dudas al respecto, está hecha para llevarle al encuentro con lo sagrado.

¡Hombres que sois amados! Abandonad el desprecio y la actitud de águilas planeadoras; pues toda entrega es sagrada, todo encuentro un milagro, e ignorarlo es Pecado Capital. La prueba última, la que demuestra al interior del corazón mismo, el último juez, el propio valor, es aprender a amar, ése es el reto.

¡Mujeres que os resistís a amar y ser amadas para evitar sufrir! No es necesario fingir altivez. El poder está en el centro justo del cuerpo, sólo hay que entregarlo a quien designen los dioses.

Y sobre todo no quiero escuchar quejas y reclamaciones indignadas sobre pretendidas igualdades: ya se quemaron los sostenes, lo que en su momento hizo falta, y ahora toca restablecer un orden en que cada bando reconozca su lugar (de diferencia), desde el respeto, para poder volverse a encontrar.

La alegría suprema no está en ejercer el dominio sobre el otro ni en tener la seguridad de saber que el compromiso durará para siempre (ilusión); sino en entregarse por completo y fundirse con el dios/la diosa que el camino nos ofrece, dejarse trabajar por las manos sabias del amor.

En un cuento (de ¿ciencia-ficción?) que leí recientemente, se llevaba a cabo un experimento de mejoramiento de la raza humana. Partiendo de la evidencia de que los niños criados por animales salvajes se convierten en parte de la manada y no en humanos, se concluye que el ambiente que rodea al niño durante su crecimiento es lo que determina la verdadera evolución del hombre, la posibilidad de desarrollar ese famoso 80% de la capacidad cerebral que siempre se queda intocado. Crean pues una pequeña comunidad aislada del mundo, un ambiente estrictamente controlado en que cierto número de niños recién nacidos son criados envueltos en amor y apoyo continuos, sin represiones ni castigos ni violencia de ningún tipo. El resultado es que se desarrollan hasta extremos insospechados sus habilidades y sobre todo que las relaciones que estableces con el resto de los seres vivos están marcadas por la comprensión empática y el amor desapegado (puesto que no hay nunca separación). El resultado en el mundo exterior evidentemente es que suscitan pánico. Pero lo que me interesa aquí es si hay la posibilidad de hacer reingeniería de nuestras convenciones, miedos y condicionamientos aprendidos, y repartir abundancia a todos, sin quitar a otros. Piso el terreno de la utopía, lo reconozco, y el peligro de las utopías es que cuando se ha creído ciegamente en ellas al punto de querer imponerlas por la fuerza, para el mejoramiento de los pueblos, se han establecido por el camino de la violencia, de la glorificación de la violencia incluso, y es la parte que a mi entender desvirtúa el ideal original.

Muchas veces me pregunté qué clase de relaciones humanas se establecerían, qué tipo de sociedad florecería, si todos pudiéramos saber lo que sucede en la cabeza de todos los otros, en profundidad, hasta reconocer que finalmente todos, lo que queremos es que nos quieran.

¿No haces circular los mantras del Dalai Lama y las maldiciones encubiertas en oraciones amenazantes? Pues que rueden estas reflexiones, no sea que aporten su granito de arena, y ni siquiera tendrás mala suerte si no lo envías en los próximos cinco minutos.

Además, tengo mucha curiosidad por saber qué puede volver a mi buzón, y en cuánto tiempo...


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