Al principio, el entomólogo observa entre las dunas a la hormigaleón, que hace una trampa en embudo por la que se cae su víctima; pronto es él
mismo la víctima que cae en la trampa de arena. Se siente preso en una relación
a la que ha sido forzado. Busca sin cesar una manera de escaparse, para no
volverse loco. Ella teme cada noche, al acostarse, despertar a la mañana
siguiente sola. La cooperativa la secunda, le busca el marido, la cuida mientras
ella siga las reglas impuestas por la sociedad (lo mismo que la sociedad
apoyará que una mujer se mantenga casada, porque soltera es más cara de mantener).
Ella en realidad sufre porque él quiera escaparse: desearía que él quisiera quedarse. No le basta con que
él se quede, debe además desearlo.
El hombre todavía no se ha dado cuenta de que la situación (o la mujer)
lo ha puesto en el papel que mejor le va: querer escapar. Es el rol que más le
gusta jugar, incluso más que estar libre. De hecho, cuando estaba libre era un entomólogo
un poco zonzo que sólo deseaba que algún bicho tuviera su nombre, ahora es un
héroe astuto, ingenioso. Si lo piensas bien, todos los héroes se prueban en
situaciones extremas, de amenaza a su libertad. Si no hay amenaza, fuerza antagónica,
conflicto, no hay historia. Es la manera masculina de construir una narrativa:
el camino del héroe. Al final se dará cuenta de que tiene un nuevo propósito,
mucho más importante que el nombrar un bicho, incluso más importante que
escapar.
La vía femenina, en cambio, pasa por el rapto amoroso, el beso y
el bosque; y su narrativa puede ser difusa.
Suna no Onna, La mujer de arena (1964) Hiroshi Teshigahara