Emprendemos las actividades que nos son desconocidas con
cierta torpeza. No conocemos el vocabulario ni la rutina, los gestos habituales
y esperados, nos podemos sentir inseguros con el resultado. Usualmente la
incomodidad inevitable nos desestabiliza un poco, y buscamos salir de ella lo
más pronto posible, entender las reglas y dominar los supuestos para sentirnos
más seguros, más en control.
En cambio quisiera sugerir el ejercicio de dejar que se
extienda ese momento de torpeza, inseguridad, descubrimiento, que nos devuelve a
una sensación que viene de la infancia. Permitir que nos haga sentir vulnerables,
ignorantes, vírgenes. Hay allí, en esos momentos que finalmente siempre pasan
velozmente, algo encantador y que contiene información interesante.
Esto vale tanto para aprender un nuevo idioma o un
instrumento musical, como para comenzar clases de ballet, hacerse las uñas por
primera vez, o vivir las primeras deliciosas fases del enamoramiento.
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