Las llaves estaban en la óptica. PARÁBOLA.



La que echaba las cartas miró las imágenes, miró la mujer delante de sí, temblorosa de expectativas e ilusiones, evaluó su juventud ardiente y al mismo tiempo las capacidades creativas de su espíritu, y concluyó, «Sí: ella es quien le conviene; será más feliz con ella.»
Miró, en las cartas, el rostro del amado, sabiendo; frente a sí tenía a la enamorada, que no sabía. Se preguntó si sería capaz de despegarse del fantasma amado por tanto tiempo, que ya formaba parte de su ordinaria manera de respirar. Se preguntó si sería capaz de mirar a través de otros ojos que no fueran las pupilas que imaginaba para él, si sería capaz de volver a forjar una mirada propia. Se preguntó si, en caso de haber malinterpretado las cartas, y la que consultaba no fuera la enamorada, o el rostro del amado fuese diferente, si entonces hubiese cambiado su criterio, y concluyó: «No, seguiría pensando que ella es quien le conviene. Haría lo que me fuese posible para juntar estas dos fuerzas creativas, porque el resultado sería beneficioso para todos y contribuiría con su hálito a un mundo mejor.»
Habló entonces, señalando el doble corazón al unísono, y celebró con la consultante su amor (se miraba en un espejo).
Lo que ella no sabía, es que la consultante también, en la limpieza de su corazón honesto como un lago, había votado por la otra, reconociendo sus virtudes, y le cedía el reino, sin saber que la otra era quien ahora le leía la buena fortuna.
Pero todas estas cosas pasaban por debajo de lo que ven los ojos, mientras la coreografía sobre la superficie de la tierra se transmitía en horario estelar por los telecanales. Debajo están los hilos invisibles que agitan las experiencias, en el más profundo mar. Recogemos luciérnagas por el camino, cocuyos.
El Amado sintió un instante sólo pasar el ángel del desconcierto, recordando otro rey y su solución con la espada: admiró entonces a ambas mujeres, con flamas diferentes; pero ahí mismito se repuso, sonrió y alargando su mano derecha tomó la de la Desposada, mientras su mano izquierda tomaba la de su Amiga. (o viceversa: pero nunca se supo de rencillas a diestra ni a siniestra).



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