HUESITOS, MEMORIAS ACUÁTICAS Y FLORALES

(y mi basura es museable)

Los huesos traen memorias. Vienen los paleontólogos y descubren que somos los primos del mono, descubren que adán y eva vivían con los dinosaurios como los picapiedras. Los huesos están llenos de memoria y ADN. La mujer esqueleto (ella es puros huesitos pelados, un manojito abandonado y mohoso, rodeado de aguamalas y pecesitos), los esqueletos en el armario: recuerdos tapados. La memoria tiene información valiosa, sobre la cual se basa nuestra situación presente. El agua también tiene memoria, se acuerda de otras informaciones más sutiles, se impregna y queda embarazada de las nueve gotas que le inoculas (aguas marianas), oye canciones, pensamientos e intenciones para cristalizarse hermosamente (homeopatía, Masaru Emoto); qué no sabrán los glaciares.

Mi tema de estos días son las memorias. No sé por qué, además, memorias y metáforas vienen de la mano por estos tiempos. No sé si los tiempos han sido buenos o malos. Supongo que el que haya habido tiempos, y memorias y metáforas, ya viene siendo una razón para brindar, con perdices o sin (las perdices por aquello de vivieron felices).

Qué es una metáfora? Una manera de no decir diciendo, o viceversa. Y una memoria? Algo que ya no es, pero fue, y habiendo sido, sigue siendo.
(Y un trabalenguas?)

Con lo de la limpieza del cuartico del jardinero han salido a flote memorias olvidadas y me han asaltado a traición. Vienen en tropel y vienen a la carrera, y a mí me entra una especie de compasión por esos pequeños objetos, escritos, recortes, cartas, trapos, cuadernos incompletos que alguna vez fueron importantes y luego quedaron sepultados por capas geológicas de otros eventos, otros recuerdos, otros olvidos. Pero alguna vez fueron importantes, alguna vez eran lo más importante del momento, y cuando salieron a flote y sus burbujas estallaron, las esporas se esparcieron a mi alrededor. Tengo cariño a la memorabilia, soy una acumuladora de peroles, porque me enamora esa carga de recuerdos, me conmueve el regreso a esos momentos pasados, me produce piedad que se olviden.

Son pedacitos de vida que de pronto vuelven a la vida; no se trata tanto del coroto en sí, sino de que su presencia convoca una sensación asociada a ese momento, una sensación precisa que justifica el mundo entero. Una felicidad pasajera, una expectativa de amor, de felicidad, de apertura.

Y pienso entonces en mis propios corotos, en mis cuadernitos en los que he ido recogiendo mis impresiones, intereses, pensamientos, ideas, alegrías…

Frente a estos naufragios me siento inmediatamente en la piel del replicante más fuerte, el más perfecto, cuando siente su muerte inminente: ¿qué pasará con todos sus magníficos recuerdos (los reales y los implantados, cuál es la diferencia), con todas esas experiencias (las mías, las tuyas, las de aquéllos que amamos), cuando hayamos desaparecido? Se diluirán y desaparecerán, como lágrimas en la lluvia.

Esto me da tristeza, porque somos naves de exploración sobre este planeta, y nuestro mayor tesoro es precisamente esa acumulación de emociones, ideas y experiencias, amasadas en un conglomerado más o menos coherente, unas veces más coherente que otras. Porque estamos hechos de memorias: somos lo que recordamos, y por cada recuerdo que desaparece, se nos disuelvan fragmentos de vida. Es una cosa muy rara esto de la memoria: unas minúsculas gotas de algún químico misterioso y el recuerdo está allí, aflora o se queda agazapado para asaltarnos el momento menos pensado; pero si falla el laboratorio, los recuerdos desaparecen, empezando por los más recientes; ninguna impresión se fija, se nos olvidan los rostros y las personas, ya no sabemos ni siquiera quiénes somos. Supongo que para el que tiene Alzheimer ni siquiera es tan grave la cosa, precisamente porque no recuerda nada y por eso nada le duele (pero tampoco puede disfrutar de nada), exceptuando los breves momentos de lucidez, en que logra darse cuenta de lo que está sucediendo, y entonces debe ser horrible. El horror en cambio es constante para los que están a su alrededor, porque toda relación se basa en los recuerdos, y no habiéndolos, no hay relación posible. De manera que lo que nos hace humanos no es ni andar erguidos ni hacer manualidades, sino recordar coherentemente. De hecho, lo que llamamos “humanidad” es una colección de memorias. Una biografía es una compilación de hechos, pero una identidad viene dada por la capacidad de identificar esa suma de hechos como propia, recordarse como protagonista de esos eventos.

Todo ese gran tesoro eventualmente se diluye, desaparece. Por eso los indios goajiros hablan de la tercera muerte, la que sucede después de la primera, la física y el entierro del cuerpo y de la putrefacción de la carne, y de la segunda, aquélla en que se recuperan los huesos, se limpian y se entierran ceremonialmente en vasijas sagradas; la tercera muerte, la definitiva, sobreviene cuando el recuerdo de esa persona desaparece de la mente de quienes la conocieron.

Por eso también, tanta gente se afana en crear obras de arte, libros, jardines, algo que sea testigo de su paso sobre la tierra, que hable por ellos, que les proporcione la ilusión de que no han terminando de desaparecer del todo, de que su vida ha tenido un sentido porque han logrado permanecer, dejar una huella indeleble.

Por eso, finalmente, mi única ambición no es ser famosa, pero sí llegar a ser lo suficientemente interesante como para que el muestrario de peroles, recuerdos, papeles, escritos y demás memorabilia, merezca cuidados de conservación. Lo confieso. Deseo que mi basura sea musealizada: que se registre y se preserve en archivo, y que se conozcan todos los cuentos asociados a cada coroto y las relaciones entre ellos, y si no se conocen, que se inventen. Y todo este trabajo de registro va a tener que hacerlo otro, alguno de los varios chips de memoria bípeda que tengo caminando por ahí, que recuerdan anécdotas sobre mí, mejor que yo.

Luego, por supuesto, más allá (o más acá) del arte y sus divagaciones, está la vida cotidiana: sumergidos en todas las actividades urgentes, en las diligencias inaplazables, en todos los pendientes que siguen arrastrándose y procastinándose; las complicaciones nimias y desesperantes, la burocracia de la vida y demás complicaciones particulares debidas a las disfunciones afectivas y éticas del gobernador de turno; está la realización de la futilidad de nuestros gestos, la sensación de que el tiempo pasa y para qué, la imagen de estar corriendo detenidos en un mismo lugar, agotándonos para lograr nada, como la reina roja de Alicia a través del espejo. Y podría parecer que no aportamos nada nuevo al mundo, que las hazañas y las grandes conquistas quedaron para otros, desconocidos, inalcanzables, sólo imágenes en la portada de las revistas y en los anuncios de rolex.

Pero no es así. Porque dios nos trabaja desde adentro, y cada hormiguita tiene su sentido inextricable en la creación, y cada ser vivo marca sus puntadas en el tapiz de la vida, para crear un dibujo que estaría incompleto sin cada uno de esos pasos.

Por eso, cada segundo respirado es indispensable, hasta el cumplimiento del tiempo marcado por el destino; por eso mamá se arrastra por las escaleras con una determinación indoblegable, y aguanta todo lo que tiene que aguatar hasta que su reloj se acaba. Porque cada segundo de vida cuenta y cobra más sentido si logramos entender esto y lo entregamos gozosamente en la enorme hoguera de un significado que nunca logramos entender por completo. Entonces me siento en la terraza y miro las flores, y allí encuentro una paz inexplicable, a pesar de las sirenas en la autopista, a pesar de los helicópteros y la televisión y la apatía general y el desasosiego creciente: las flores me hablan de que hay un orden hecho de ciclos, hojas que nacen verdecitas y después se secan y se separan de la planta; de flores que se preparan lentamente y se ofrecen y se marchitan, de tiempo que pasa pero está detenido.


DESPEDIDA A LA INVERSA

Este es el suelo que mi madre pacientemente decoró, imprimiendo hoja a hoja en el cemento fresco, cuando el jardín entero se derrumbó y parecía que la casa se tambaleaba, flotando sobre una esponja enchumbada en agua

Esta es la catedral de bejucos que armó en el interior de la terraza, trayendo una por una las lianas que reconocía en zonas verdes y márgenes de quebradas

Esta es la enredadera africana, llamada de Isabel la segunda, con la que peleó para mantenerla a raya sin deshacerse de ella, porque amaba la cotidiana ristra de corolas níveas, la enredadera donde se escondía la zarigüeya y hasta ayer anidaban tortolitas

Este es el pasamanos de la escalera en el que se sostuvo, la última vez que subió, arrastrándose escalón a escalón, diez días antes de tirar definitivamente la toalla

Este es el jardín con el jazmín de la India que perfuma las noches y los rosales entre los cuales pidió que fueran esparcidas sus cenizas

Esta es la casa que compró, centavo a centavo, que ahora abandono a la voracidad de los tractores


La mejor patria es un jardín

Cómo se abrazan fracaso y triunfo

Cada hormiga con nombre y apellido

buenas cosas que hacer con libros

Del ADN de cada casa

Migajitas

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Otras hormigas